Cuando hay una traición, el problema ya no es que no podamos confiar en la otra persona, sino que de repente no podemos confiar en nosotros mismos.Ya sea por la traición de alguien que está cerca de nosotros o por la de un extraño. Pero sentimos que alguien ha mentido, ha roto "un contrato". Aunque, a veces, "este pacto" es muy claro: tienes un acuerdo externo al que puedes ceñirte; otras, es solo algo que tú y la otra persona creasteis en secreto o inconscientemente, pero ninguno de vosotros lo debatió. Directamente asumes que la otra persona lo sabe o lo entiende. La sensación de traición se produce cuando se rompe el contrato, pero el problema es que quizás no se ha roto, porque nunca hubo un acuerdo mutuo.

El caso que lo hubiera o no, la sensación es la misma. "Esta persona me ha traicionado". Y esa sensación nos produce un bloqueo profundo, puesto que habíamos depositado nuestra confianza en esa persona. Pero ¿por qué nos sentimos bloqueados? Porque de inmediato una parte de nosotros se ha ido. Descubrimos que nuestra personalidad o sentido del yo es tan inestable como su fundamento. Eso nos hace sentir enfadados, heridos e inseguros, y nos encontramos incapaces de confiar. 

Es ese tipo de situaciones las que nos hacen cuestionar la realidad y quiénes somos, porque es en ese tipo de cosas que construimos nuestro sentido del yo. O sea, comenzamos por relacionarnos con otras personas. Entonces creamos una realidad alrededor de ello, y en base a eso sabemos quiénes somos, o creemos que lo sabemos. Pero luego, cuando nuestra frágil realidad se derrumba repentinamente, nos hacemos preguntas como: "¿Quién soy yo? ¿Quién es realmente esta persona? ".

Lo mismo ocurre con las rupturas. Cuando rompemos con alguien, de repente hay un agujero en nuestras vidas, y lo sentimos intensamente porque esa es la parte de nosotros que hemos invertido en la relación. Es la parte que creamos en relación con esa realidad. Entonces, de un momento a otro, se ha ido. Esa realidad ya no existe y ese agujero crea la sensación de traición.

En algunos casos, no es que la realidad creada por la relación fuera una mentira total o no existiera en absoluto, simplemente puede ser que haya cambiado. Aún así, eso nos puede hacer sentirnos inseguros, confundidos y traicionados.

Pero digamos que estás en una relación, y los dos habéis creado límites y contratos y hay una zona de seguridad conocida. Ambos sois vulnerables a veces, pero lo superáis y sabéis quién es quién en relación con el otro. Vosotros habéis creado una realidad mutua.

Después, si uno de vosotros cambia eso inesperadamente o rompe el contrato, la otra persona ya no tiene su ancla respecto con la realidad que ambos construisteis. Se siente perdida. En otros casos, la realidad que construimos alrededor de una relación nunca existió realmente: era una mentira, una realidad falsa. Entonces, si esa realidad falsa fue el fundamento de nuestra identidad ¿qué dice eso acerca de nuestra identidad? Que es falsa, no existe. Entonces, de nuevo nos preguntamos ¿quiénes somos?

La buena noticia es que incluso si lo que creamos fue falso, todavía podemos saber quiénes somos, lo que significa que todavía podemos estar en contacto con nuestra verdadera identidad. El hecho de que la realidad falsa se derrumbara es en realidad algo bueno, porque eso allana el camino para una experiencia genuina de la vida y para nuestro ser real, que es nuestro ser central. Y ahí es cuando ocurre la sanación, cuando podemos aprovechar ese ser central. Porque incluso si la superestructura que creamos fue falsa, el motivo casi siempre se basa en alguna parte de nuestro ser real. La diferencia es que, en lugar de buscar la aceptación y la validación desde el exterior, podemos saber que ya tenemos lo que buscamos y que solo tenemos que aceptarlo y expresarlo. Eso significa asumir la responsabilidad por nosotros mismos, pero también ser compasivo con los demás. Y solo tenemos el derecho de decidir los detalles para nosotros, así como los demás también tienen el derecho de decidir por sí mismos.

No obstante, insisto en que cuando experimentamos la traición como algo que nos sucede, puede bloquear nuestros corazones y hacer que sea difícil confiar nuevamente. El problema es que estamos enfocados en confiar en la otra persona. Se basa en la idea de que sus acciones nunca nos harán daño, pero eso no es posible y no es cierto. Entonces, ¿cómo recuperar esa confianza una vez que esa expectativa se ha roto? Lo que necesitamos es confiar en nosotros mismos.

Necesitamos saber que podemos lidiar con lo que se nos presente, que podemos confiar en nosotros para encontrar las habilidades, el coraje y los recursos. Hasta cierto punto, nuestras expectativas de nosotros mismos y de otros están relacionadas con los arquetipos que llevamos del padre, madre, hijo, cónyuge, amante, amigo, etc. Y eso genera unas expectativas. Así que las expectativas vienen de lo más profundo de nosotros, aunque nuestro entorno las moldea en cierta medida. Y cuando esos arquetipos ideales profundamente alojados son contradichos o destrozados por nuestra experiencia externa, podemos "sentir" una traición. Creeemos que necesitamos ciertas cosas de nuestros padres y cuando no las recibimos, nos sentimos traicionados: "Debería haber recibido amor incondicional. Debería haber sido alimentado. Debería haber sido guiado, etc.”  Aunque quizças nuestros propios padres tampoco obtuvieron lo que necesitaban de los suyos. Ese tipo de cosas puede retroceder un largo camino, así que, a menos que tomemos una visión más amplia y resolvamos el problema dentro de nosotros mismos, nos sentiremos heridos y traicionados. Y seguiremos hiriendo y traicionando a otros.

En todos los desafíos que traen las relaciones y a través de su espejo nos conocemos a nosotros mismos. Es decir, descubrimos nuevos aspectos de nosotros mismos.