Crecí con la creencia que para conseguir lo que yo quisiera me tenía que sacrificar. Creía que para ser amada tenía que darlo todo a todos los niveles, hasta el punto de quedarme vacía porque si no era egoísta y nadie quiere a alguien egoísta.

Esta creencia me causó mucho dolor y provoqué muchas situaciones  injustas para mí misma. Me convertí en un felpudo donde mis necesidades y prioridades fueron pisoteadas por los demás. Hubo un momento en el que estaba tan desconectada de mí misma que no sabía ni quién era. Estaba a la deriva cumpliendo los deseos de los demás.

Me costó mucho esfuerzo el reconocer y sanar este patrón heredado, entender su origen y sobre todo las implicaciones que conlleva a la hora de relacionarme con los demás.

Si volvemos la vista atrás en la historia podemos ver como nuestros antepasados sacrificaban niños, vírgenes o animales  para pedir a los dioses que les otorgaran lo que más querían: ganar la batalla, tener buena cosecha, recobrar la salud… En esencia, esto es una energía de trueque, yo doy lo que más valoro y a cambio los dioses me dan lo que más quiero. Supongo que este trueque no siempre se cumplía. Solo puedo imaginar que muchas veces después de hacer el sacrificio no recibíamos lo que queríamos, en estos casos nuestros antepasados se echaban la culpa pensando que habían hecho algo mal que había enfadado a los dioses. Esto implicaba hacer un sacrificio mayor. Hoy en día, la ofrenda se convierte en sacrificar nuestro tiempo, dinero, cuerpo, pensamientos, sueños… para ser amados y apreciados. Si nuestro sacrificio no es valorado podemos pensar que es porque no hemos hecho suficiente, porque debíamos haber dado más, sacrificado más.

Creo que es importante hacer la distinción entre sacrificar algún aspecto de nosotros mismos (para mí implica perdida, inferioridad y baja autoestima) o saber ceder de tal manera que sea acuerdo mutuo donde ambas partes dan y reciben igualmente (para mí conlleva madurez emocional, autoestima y equilibrio personal)

En la energía de sacrificio creemos que no somos lo suficiente para conseguir lo que queremos, pensamos que de alguna manera lo tenemos que “comprar”,  que lo que queremos está fuera de nosotros. En realidad cuando aprendemos y transcendemos el sacrificio, reconocemos que lo que buscamos no está fuera sino dentro de nosotros mismos.

Lo contrario al sacrificio es un estado de derecho, donde nos creemos que por el hecho de ser nosotros nos lo merecemos todo y progresamos por el sacrificio de otros.

En una relación es muy frecuente que se unan estos dos tipos de personas, la que se sacrifica y la que se siente con derecho. La persona que se sacrifica encuentra su encaje perfecto en la persona que se siente con derecho a todo y viceversa. La lección que ambos deben aprender es reconocer el verdadero valor de la vida, las cosas y de uno mismo. Estas dos personas no se unen por equivocación, es una unidad que invita al crecimiento y a la evolución donde el objetivo es crear una relación interdependiente.


María Jesús Marín López

Master Coach de Empoderamiento

Coach de Crianza Consciente

www.autenticidad.es